Hablar de plena presencia en el aquí y el ahora, en clave cristiana, nos lleva casi inevitablemente a la figura de Thomas Merton. Monje trapense, escritor, buscador incansable de Dios y del corazón humano, Merton fue uno de los grandes testigos del siglo XX de una espiritualidad que no se contenta con ideas religiosas, sino que aspira a una experiencia viva, concreta y encarnada de la realidad última. Esa experiencia, en su lenguaje, se llama contemplación; en el nuestro, podemos nombrarla también como plena presencia.
En Merton, la contemplación no es un lujo reservado a unos pocos, ni una evasión del mundo. Es, ante todo, una forma de estar en la realidad tal como es, sin máscaras y sin autoengaños. Es aprender a habitar el instante presente desde la verdad más profunda de uno mismo y desde la silenciosa presencia de Dios que sostiene todo lo que existe.
1. Merton: un monje ante el misterio de lo real
Thomas Merton vivió buena parte de su vida en el silencio de la abadía de Gethsemani, en Kentucky. Sin embargo, su itinerario interior no fue una huida, sino una profundización. En la soledad del monasterio, en la oración y en la escritura, Merton se fue dando cuenta de que el verdadero “lugar” del encuentro con Dios no está fuera del mundo, sino en el corazón mismo de la realidad, tal como se presenta: con su luz y su sombra, con su claridad y su herida.
La contemplación, para Merton, consiste en despertar a lo real. Y lo real no es una idea abstracta: es este momento, esta persona, esta situación concreta. Es la trama, a veces sencilla y a veces dolorosa, de la vida que llevamos. La plena presencia es, así, la actitud interior que permite acoger cada instante como lugar de revelación, como espacio donde el Misterio se nos entrega silenciosamente.
2. Contemplación y plena presencia
Desde la tradición cristiana, Merton entiende la contemplación como una gracia: no es un estado psicológico que podamos producir a voluntad, sino un don que se recibe. Pero ese don encuentra un corazón preparado cuando la persona aprende algo muy simple y muy difícil: estar presente.
Estar presente significa, para Merton:
- Dejar de vivir atrapados en el pasado o en el futuro, en la nostalgia y en la ansiedad.
- Renunciar a interpretarlo todo desde el propio ego, que busca seguridad, reconocimiento y control.
- Acoger la realidad tal como es, antes de juzgarla, clasificarla o manipularla.
Esta actitud de presencia es la puerta de la contemplación. En la medida en que nos hacemos presentes a lo que es, comenzamos a percibir, a veces de forma muy discreta, una presencia más honda: la de Dios en el corazón de la vida. La plena presencia no es solo atención psicológica; es una atención que se abre al Misterio, una mirada limpia que deja que la realidad hable por sí misma.
3. Lecciones de Merton para aprender a estar presentes
Las páginas de Merton están llenas de sugerencias prácticas, aunque casi nunca adopte el tono de un manual. A través de sus diarios, cartas y ensayos, podemos extraer algunas claves para una vida de plena presencia:
3.1. Unificar la vida
Para Merton, la mayor dispersión no viene de las ocupaciones externas, sino de la fractura interior. Vivimos divididos entre lo que pensamos, lo que sentimos, lo que mostramos y lo que tememos. La plena presencia exige un proceso de unificación: aprender a habitar nuestro propio corazón, a reconocernos tal como somos, con verdad y sencillez.
Esta unificación se cultiva en el silencio, en la oración, en la escucha atenta de la propia vida. No se trata de dejar de actuar, sino de actuar desde un centro más hondo, donde ya no necesitamos defender nuestra imagen ni controlar cada resultado.
3.2. Reconciliarse con la propia fragilidad
Una gran parte de nuestra huida del presente nace del miedo: miedo al dolor, al fracaso, al rechazo, a la propia vulnerabilidad. Merton no idealiza la existencia; conoce bien la sombra, la duda, la soledad. Pero insiste una y otra vez en que la gracia de Dios se manifiesta precisamente en nuestra pobreza, no en nuestra pretendida perfección.
Estar plenamente presentes implica también aceptar la fragilidad. Verla, no negarla; acogerla, no justificarla; ponerla humildemente ante Dios, sin teatro. Esa aceptación sencilla abre un espacio interior donde la gracia puede actuar sin obstáculos.
3.3. Descubrir a Dios en lo cotidiano
La plena presencia, en clave mertoniana, tiene un carácter profundamente encarnado. No se trata de buscar experiencias extraordinarias, sino de despertar a la hondura de lo ordinario: la luz de la mañana, el rostro de las personas que vemos cada día, la tarea humilde, la atención a los detalles pequeños que suelen pasar inadvertidos.
Merton llega a decir que el mundo es un “icono” de la presencia de Dios: un signo, a menudo velado, de una realidad más honda. Estar atentos al mundo, con una mirada contemplativa, es aprender a leer ese icono con respeto y gratitud.
4. Plena presencia y compasión
Para Merton, no hay verdadera contemplación sin compasión. La presencia plena no nos encierra en nosotros mismos; nos vuelve más sensibles al sufrimiento ajeno, más disponibles para el cuidado y la solidaridad. Cuanto más silenciosamente estamos ante Dios, más se dilata el corazón hacia los demás.
La presencia que Merton propone no es una atención fría y neutra, sino una presencia cordial: una forma de estar en el mundo que permite ver a cada ser humano como hermano o hermana, como alguien digno de respeto y de amor. La oración contemplativa se traduce, poco a poco, en una mirada que no juzga, que no utiliza, que no reduce al otro a sus errores o etiquetas.
Así, la plena presencia se convierte también en un criterio de discernimiento: allí donde nuestra vida contemplativa nos aísla, nos endurece o nos hace sentir superiores, algo se ha desviado. Allí donde, en cambio, nos hace más humildes, más pacientes y más responsables del dolor del mundo, la presencia está siendo verdadera.
5. Merton, el zen y el arte de estar aquí
Merton encontró en el encuentro con el zen budista un espejo fecundo para comprender mejor la propia tradición cristiana. Del zen le impresionó, sobre todo, la insistencia en la experiencia directa y en el despertar a la realidad tal cual es, más allá de las construcciones mentales y de las imágenes que nos hacemos de Dios o de nosotros mismos.
Sin dejar nunca de ser cristiano, Merton reconoció en el zen una pedagogía del presente, una escuela de atención y de despojo que puede ayudar al creyente a purificar su oración. Cuando el cristiano aprende a estar en silencio, simplemente presente, sin forzar palabras ni sentimientos, se hace más disponible a la acción gratuita de Dios en lo más hondo del ser.
Esta afinidad no significa confusión de caminos, sino diálogo: el zen ayudó a Merton a redescubrir que, en el fondo de la tradición cristiana, también se nos invita a una presencia despierta, a una fe que es, ante todo, una forma de ver y de estar.
6. Intuiciones para nuestro propio camino de plena presencia
Desde la experiencia de Merton podemos recoger varias intuiciones que iluminan la práctica de la plena presencia hoy:
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La contemplación comienza donde termina la prisa.
Mientras vivimos acelerados, dispersos, saltando de una cosa a otra, es difícil percibir algo más que ruido. Detenerse, guardar un pequeño espacio de silencio cada día, es ya una forma humilde de abrirse a lo real. -
Estar presentes es dejar de escapar de uno mismo.
La plena presencia no empieza fuera, sino dentro. Es aprender a no huir continuamente de lo que sentimos, de lo que pensamos, de lo que nos cuesta. Ponernos honestamente ante Dios, tal como estamos, es el primer acto contemplativo. -
Ver el mundo con mirada amorosa.
Merton nos enseña a mirar la creación, la historia y a las personas sin cinismo ni ingenuidad, sino con respeto y atención. Esa mirada amorosa, atenta y sobria, es una forma concreta de presencia. -
La presencia verdadera genera responsabilidad.
Cuando estamos verdaderamente presentes al sufrimiento del otro, ya no podemos permanecer indiferentes. La oración contemplativa y la acción comprometida no se oponen: se requieren mutuamente.
7. Conclusión: una invitación a despertar
Thomas Merton no ofrece una teoría abstracta sobre la contemplación, sino el testimonio de una vida que fue transformándose lentamente a medida que se abría a la presencia de Dios en lo concreto. Su palabra sigue siendo una invitación actual a despertar: a salir del sueño de la dispersión, del miedo y del ego, para aprender a vivir conscientemente el instante presente.
Hablar de plena presencia desde Merton es hablar de una fe que se vuelve sencilla y profunda a la vez: una fe que escucha, que mira, que se deja tocar por la realidad y por las personas; una fe que se sabe sostenida por una presencia mayor. Esa Presencia es discreta, silenciosa, pero real. Está en el corazón de cada momento. Aprender a vivir en ella es, quizá, el núcleo de toda vida contemplativa.