Entre dos tradiciones
Mi vida espiritual no se ha formado en un único ámbito, sino en la confluencia de dos tradiciones que han moldeado mi manera de estar en el mundo: el cristianismo recibido desde la infancia y el budismo, que descubrí más tarde a través del estudio y la práctica. Ambas han configurado una sensibilidad orientada hacia lo esencial: la verdad, la honradez, la compasión y la integridad.
Lo recibido del cristianismo
Del cristianismo heredé un conjunto de valores sólidos: no causar daño, actuar con justicia, respetar lo ajeno, honrar a quienes nos preceden y vivir la fidelidad como un compromiso responsable. También aprendí la idea de un Dios trascendente cuyo amor invita a la confianza y a la entrega. La oración ocupa ahí un lugar central: no como petición, sino como acto humilde de abandono.
Lo recibido del budismo
El budismo me ofreció otra perspectiva. Su ética no se apoya en un Dios personal, sino en la sabiduría de la experiencia y en la compasión universal. De él aprendí a evitar la violencia, a no apropiarme de lo que no me pertenece, a cultivar la verdad en toda circunstancia, a preservar la claridad mental y a vivir con responsabilidad afectiva. Su modo de entender la espiritualidad —más centrado en la presencia que en la creencia— resonó en mí con especial naturalidad.
Durante años he vivido en diálogo con ambos mundos. Mi razón rechaza los dogmatismos, pero mi corazón mantiene viva la huella de la trascendencia. Camino entre esas dos corrientes dejando que cada una fecunde un terreno distinto de mi vida interior.
Diez principios para una ética personal
En esa búsqueda encontré los “Catorce preceptos” de la Orden del Interser, propuesta ética de Thich Nhat Hanh. A partir de ellos formulé diez principios que hoy orientan mi conducta:
- Plena presencia: vivir con atención a cada acto, palabra y gesto.
- Racionalidad: mantenerme alejado de supersticiones y rigideces dogmáticas.
- Disponibilidad: abrirme al otro con amabilidad y atención.
- Gestión emocional: moderar el enojo, la ansiedad y el miedo.
- Escucha profunda: acoger de verdad la palabra ajena.
- Disciplina de la palabra: hablar con conciencia y sin herir.
- Cultivo de la verdad: ser fiel a lo verdadero aunque resulte incómodo.
- No violencia: actuar siempre sin agresión, incluso en lo sutil.
- Honestidad y justicia: obrar con rectitud en todos los ámbitos.
- Compromiso afectivo: vivir la sexualidad y los vínculos con respeto y responsabilidad.
Estos principios no son un código rígido, sino un camino de trabajo personal. Los intento recorrer con humildad, sabiendo que la perfección no es posible, pero sí el esfuerzo sincero por acercarse a ella.
Una espiritualidad en camino
Mi espiritualidad actual se sostiene sobre algunos pilares simples: la práctica de la presencia, la disponibilidad hacia los demás, la serenidad ante las dificultades, el uso consciente de la palabra, la escucha verdadera, la honradez material, la no violencia y el compromiso afectivo. Son formas de cultivar la coherencia interior: intentar ser, en lo cotidiano, un hombre veraz y responsable.
No afirmo haber encontrado la verdad completa. Solo sé que cada día trato de caminar con verdad. Y ese intento, quizá, es ya un modo de acercarse a ella.
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