Plena presencia
La plena presencia, tal como la concibo, no nace de la adhesión a una tradición concreta. Surge de una inquietud interior que mira con respeto tanto a la meditación budista como a la contemplación monástica cristiana. Ambas ofrecen caminos valiosos, pero no me identifico de forma exclusiva con ninguna. Mi interés es práctico: aprender a estar aquí.
La presencia no se limita a los momentos de silencio formal. Aspira a impregnar, con sencillez, todas las facetas de la vida: el trabajo, el descanso, la conversación, la lectura, los cuidados, la organización diaria. Consiste en hacer cada acción como si fuese la única necesaria en ese instante, con atención suficiente, sin aceleración y sin distracción deliberada.
Es un ejercicio de claridad: menos tiempo en el pasado, menos proyección en el futuro y más disponibilidad para lo inmediato. Una sola acción, bien hecha. Un gesto completo. Una respiración atendida.
Este modo de estar introduce un ritmo más pausado y consciente. Reduce automatismos, aclara la mirada y ordena la vida desde lo esencial. No pretende alcanzar estados excepcionales. Solo recuerda, de manera continua y discreta, que es posible vivir con mayor atención y presencia, aquí y ahora.